Vivir al otro lado del mundo hace que tus destinos vacacionales cambien: en lugar de escaparte a París un fin de semana, te plantas en Seúl en menos de tres horas. Lógicamente hay que aprovechar esta situación pero el motivo de mi último viaje va más allá.
Ya os adelanté hace unas semanas que uno de mis destinos era un país que todos tenemos en la lista de deseos. El título del post me delata: Australia. Tenemos una visión muy positiva del país; todo lo que nos llegan son imágenes de playas, canguros, koalas, su grandiosa bienvenida cada Nuevo Año… A priori es un destino muy amable pero mi avión dirección Sidney tenía una motivación mayor: reencontrarme con mi familia.
Mi querida hermana está disfrutando de un año en Sidney. Decidió hacer una parada en su carrera profesional para vivir una experiencia inigualable. Tenía muchas ganas de estar con ella, de pasear a su lado, de compartir unos días de su vida en Australia pero… no íbamos a estar solas. Mis padres, desde España, también aterrizaron en Sidney. Ya estábamos todos juntos de nuevo -la última vez fue en Navidad-. ¿Os imagináis ese momento? Si reencontrarte es especial, hacerlo allí fue… Había pensando en ese momento muchas veces y minutos antes de recoger mi maleta ya estaba llorando de emoción. Tenía los sentimientos a flor de piel. Me sentía muy afortunada por estar viviendo eso. Recogí mi maleta y allí estaban los tres esperándome. Qué decir… Sin palabras, no podía ser más feliz. Y ¿qué hicimos? No salimos del aeropuerto, cogimos otro avión y nos plantamos en Melbourne.