Del Fuji a un onsen

Ya os adelanté que mi “experiencia Fuji” no acabó a los pies del volcán. Mi cuerpo y mi mente necesitaban un descanso…

«Tienes que quitarte toda la ropa, dejarla en la taquilla, coger esta toalla y entrar por esa puerta –me dicen a la entrada— Bienvenida”

Interior vistas al Fuji

Sí. Me fui directa a un onsen: una especie de balneario con pozas de distintos tamaños, exteriores, interiores, sauna… y también, algunas peculiaridades.

¿Quién dijo bañador? ¿Quién dijo chanclas? Olvidaros. Hay que entrar completamente desnudo, con la única compañía de una raquítica toalla. ¡Santo dios! «¿Todos ahí metidos, desnudos? ¿Y si entran sucios? —pregunté días antes— No, no, lo primero que haces es ducharte delante de todos y Maite, hazlo a conciencia. Es una manera de mostrarse respeto entre todos» Bien. Lo hice. Con un cubo de madera me rocié sin parar, de la misma manera que lo hizo mi predecesora (sí, lo digo en femenino porque los onsen, normalmente, están separados por sexo aunque también hay mixtos).

Interior agua aromatizada

Pasados los primeros minutos de pánico escénico absurdo, empecé a disfrutar del onsen. Cada una iba a lo suyo. Me encantó. Fui de poza en poza y salí a las de fuera en varias ocasiones para ver el Fuji metida en el agua (¡ahí arriba estaba yo hace unas horas!) pero lo que más me gustó fue disfrutar de una zona alargada, junto a una poza interior, llena de tocadores individuales, con espejos, grifos, numerosos champús, productos para la cara y el cuerpo. Ahí, te sentabas en un banquito de madera para lavarte el pelo, exfoliarte, darte gel y lo que quisieras. Todas alineadas, reflejadas en un espejo, mirando sólo al frente… Eso era una película.

Exterior con vistas al Fuji

Las fotos que aquí tenéis son de la página del onsen (lógicamente yo no podía hacer). Sólo he puesto las de los sitios donde yo estuve y os aseguro que se acercan mucho a la realidad.

¿Volveré a un onsen? Sí ¿A uno mixto? No.

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