Para los que habéis llegado a Japón y yo hace poco, para los que estáis en esta aventura desde el principio, una de las cosas que me hace muy feliz en Tokio es la posibilidad de desplazarme en bici por la ciudad. Ir a clase, al super, a cenar, a trabajar con mi bala verde (aquí os conté cuándo la compré, cómo es mi parking, etc…) ¡es una maravilla! Y aunque hay lugares habilitados por todas partes -por unos 80 céntimos- reconozco que de vez en cuando dejo la bici en cualquier rinconcito.
Claro, si todos hiciéramos lo mismo, la capital nipona sería una jungla y precisamente una de las claves para que Tokio sea tan increíble es el civismo de sus ciudadanos. En cualquier caso, era consciente de que estaba jugando con fuego; después de tres años, que la grúa no se hubiera llevado la bala verde al depósito era un milagro… Pero llegó el día.
Dejé la bici junto a la parada estación de metro por la mañana (desde mi casa a la parada son 2 minutos en bici y siempre hago lo mismo). Habían pasado unas diez horas. Regresaba muy contenta después de un “dominguísimo” super español, con paella incluida, en casa de unos amigos. Y no… por mucho que miré, incluso por las calles aledañas, la bala verde había desaparecido. Llamé entonces al teléfono que encontré en la señal que podéis ver en la parte inferior (que justo indicaba que no se podía aparcar ahí -¡soy lo peor!) y me confirmaron, al proporcionar el número nipón que identifica la bici, que estaba descansando en un depósito.
No pude esperar. Al día siguiente fui a recuperarla y allí estaba, con otras muchas que habían sido víctimas de la desobediencia de sus dueños. Para sacarla de dicho lugar, tuve que pagar unos 27 euros y andar unos 30 minutos… Desde entonces no he vuelto a abandonarla donde no debía…
Feliz miércoles, ¡molones!