En mis primeros meses nipones devoraba todo lo que se me ponía por delante. Si me iba de excursión a una ciudad y en esa ciudad había decenas de puntos turísticos que visitar, completaba cada lugar aunque acabara exhausta y “borracha de templos”, como si fuera a abandonar el país al día siguiente y jamás pudiera repetir esos momentos. Un año después he decidido poner freno a esa “ansiedad turística” sin dejar de saborear cada minuto, consciente de que no volveré a pisar muchos lugares pero permitiendo que las manillas del reloj avancen sin problema…
Hoy os quiero llevar hasta un lugar maravilloso donde pasé un rato muy agradable, sin prisa, con pausa. Se trata del templo Hokokuji, en Kamakura, a unos 50 kilómetros de Tokio.
Tiene un peculiar campanario de paja (en la imagen superior a la izquierda), su edificio principal, su sala para meditar y un jardín al que no le voy a poner ningún calificativo; quiero que lo hagáis vosotros.
Tan sólo hay un camino que seguir, con una sola dirección, que te sumerge en un jardín de bambú. Y caminas, despacito, porque el lugar es lo que te pide, y te acompañan esos árboles gigantes, delgados y verdes, y también esos rayos de sol que consiguen colarse y, de repente, llegas a una casa de té.
Y te sientas, miras, escuchas nada y te das cuenta de que disfrutas de esa nada. Y un ratito después, te incorporas y continúas por ese caminito de piedra, y te encuentras con esa estampa japonesa que tanto nos gusta a los occidentales.
Avanzas unos metros más y el camino de piedra llega a su fin, los bambúes se acaban, las fotos también pero mantengo una sensación muy especial.
Ahora, sentada frente a mi ordenador y unos días después de la visita, repaso el folleto del templo y me encuentro con esta frase final: ”We wish your visit to this temple will bring your peace of mind” – en castellano – “Deseamos que su visita a este templo le aporte tranquilidad”…
Pues eso.