Como os dije en la primera parte de Embarazada en Japón, me apetece compartir mi experiencia de una manera más personal. Os quiero contar cómo he vivido todo, sin entrar en detalles innecesarios. Reconozco que pensé mucho si escribir sobre mi embarazo, parto y demás en el blog, o mantenerlo en la más estricta intimidad pero esta web es mi aventura nipona en su totalidad y este episodio es demasiado importante como para obviarlo.
El embarazo fue fantástico. Hasta dos días antes de dar a luz seguí haciendo algún recado en bici y disfrutando de una vida normal. Durante mis 40 semanas viajé a Vietnam, Okinawa, Seúl y España aunque la isla nipona, en principio, no estaba sobre la mesa. Os cuento… Volví tan enamorada de Vietnam que enseguida quise comprar unos billetes para visitar el país vecino pero un mes antes de volar mi doctor me aconsejó, a su manera, no realizar ese viaje (por precaución, posible asistencia sanitaria y por el zika). Los japoneses nunca dicen NO; se las apañan para dar la negativa por respuesta de otra manera (es muy brusco para ellos). Por eso cuando le pregunté por el viaje y me dijo: «Si fueras mi hija no te dejaría ir» me quedó bastante claro y… cambié Camboya por Okinawa, que, como sabéis, ¡fue un viaje increíble! También seguí sus recomendaciones en lo que a alimentación se refiere. Cuando abordamos este tema me aseguró que podía comer de todo. ¿Sushi? Claro, por supuesto, «se lo recomendamos a las mujeres embarazadas». Esta es quizá la gran diferencia con España (tiene mucho que ver el tratamiento que se hace aquí del pescado, etc…).
Y llegó el día. Ingresé en la clínica un día antes de que naciera M. Por la tarde, tranquilamente, acompañada de mi familia (venidos desde España) me explicaron el plan que íbamos a seguir. Ya ese día me pusieron el catéter en la espalda para la epidural, me dieron una cena fabulosa y me dejaron hasta una pastilla por si no podía dormir tranquila.
A la mañana siguiente, a las cinco de la mañana, vino una enfermera para despertarme y ponernos en marcha. Horas después, el pequeño M ya estaba con nosotros. Y, ¿sabéis qué me pasó desde que me lo pusieron encima después de nacer, desde que le vi por primera vez? Que no me resultaba una personita nueva, era como que ya le conocía desde hace mucho. Esa sensación fue demasiado… y le busco respuesta (¿quizá porque había visto su cara en las ecografías?).
Como os adelanté en el post anterior, en la clínica estuvimos 5 días (la estancia normal). Durante ese periodo nos cuidaron mucho (podría seguir diciendo arigatou hasta hoy porque fue increíble), nos enseñaron a bañarle, a darle el pecho, a cambiarle… Fue la experiencia soñada. Fue… (suspiro, casi emocionada).
La llegada de M supuso el pistoletazo de salida al que, seguramente, sea el mes más feliz de mi vida por muchos motivos. Estuve acompañada por mis padres y mis suegros y, cuando ellos se fueron, vino mi hermana desde Londres para seguir cuidándonos y ayudándonos (como recuerdo tiene un babero donde pone «my auntie was here»). PERO, pese a ser el mes de la felicidad, también viví los momentos más amargos: mi cuerpo estaba dolorido, mis emociones a flor de piel y M requería todas mis atenciones. ¿Sorprendida? NO. Creo que existe demasiada información y sabes lo que viene cuando tienes un bebé aunque hasta que no lo vives, es verdad, no eres realmente consciente (pero de ahí a decir algunas cosas que he escuchado últimamente por parte de personajes públicos, hay un abismo; que yo sepa, nadie te obliga a tener un bebé). Claro que no todo es de color de rosa, claro que no duermes, claro que parece que te han robado tu vida y no te da tiempo a secar y moldearte el pelo como antes, claro que te sientes sola, claro que te pones a llorar sin una razón aparente, claro que te pasas un día entero con el bebé en brazos enloquecido sin saber el motivo y, en mi caso, no tienes a tus padres/hermana para rescatarte… Porque sí, los momentos más duros los viví cuando mi hermana regresó y «empezó nuestra vida». Sin embargo, me hice fuerte y lo que se creó en casa – con Carlota incluida – fue genial, muy especial, y el calor que me llegaba de mi gente y el apoyo de amigos de 10 que viven en Tokio nos llevaron en volandas. Podríamos decir que pasado el primer mes y medio de M, todo empezó a coger forma una maravillosa… Hasta hoy.
No me quiero olvidar de un episodio fabuloso que forma parte del modus operandi de la administración japonesa con los recién nacidos. 5 semanas después del nacimiento, una enfermera (perteneciente al equipo sanitario de mi distrito) vino a visitarnos a casa. Estuvo casi dos horas con nosotros. Primero le hizo una revisión al bebé muy completa, después estuvimos jugando con él, haciendo ejercicios mientras me hacía decenas de preguntas. Sobre todo, preocupada por mi estabilidad emocional, haciendo hincapié en los sentimientos encontrados que tienes después de dar a luz. Me gustó mucho.
Y esto es todo queridos lectores. El pequeño M ya tiene más de tres meses y cada día es más apasionante. Pero, para terminar, quiero reconocer algo. Antes de que M estuviera por aquí, yo renegaba de todas esos tópicos que acompañan a la maternidad pero tengo que admitir que son reales: esas emociones y sentimientos de los que me hablaron, son de verdad. Mami, como siempre, tenías razón 😉