Cuando decidimos traer a Carlota a Japón éramos plenamente conscientes de que esas escapadas improvisadas de un día para otro no iban a ser posibles y de que si queríamos hacer un viaje, tendríamos que pensar primero en ella. Hasta ahora siempre hemos actuado así pero en Japón es más difícil. En España contábamos con la familia que recibía a Carlota con los brazos abiertos. Aquí, por suerte, tenemos amigos que se han ofrecido a quedarse con ella pero, para el viaje que hemos hecho y que tengo pendiente detallaros, eran demasiados días así que antes de comprar los billetes y hacer nuestro planning teníamos que buscar unas vacaciones también para ella.
Valoramos contratar a una cuidadora que viniera a casa y estuviera con Carlota pero nos pareció muy aburrido y quizá no funcionaba. Entonces decidimos visitar algunos hoteles para perros y tener un primer acercamiento con ese servicio que jamás habíamos utilizado. Vimos varios pero la mayoría eran lo mismo: una zona común donde permanecían sueltos unas dos horas al día y una jaula en la que pasaría el resto que, dependiendo del precio, sería mayor o mejor y tendría más o menos cosas. Si queríamos que saliera a la calle a pasear, eso ya iba por separado: había que pagar un extra de unos 3.000 yenes por media hora (unos 22 euros)… Sí, un escándalo. Y hubo unos días críticos que no sabíamos qué hacer hasta que de repente, buceando por internet, encontramos un sitio maravilloso a las afueras de Tokio y rodeado de naturaleza. Dos días después allí nos plantamos, Carlota incluida, y no lo dudamos ni un segundo. ¡Ya teníamos hotel canino!
No negaré que lo pensé mucho y que a medida que se acercaban los días tenía miedo, sobre todo por si le pasaba algo o por si nos habíamos equivocado de lugar pero las sensaciones, lo que vimos, la gente y que Carlota iba a estar todo el día suelta con un montón de amigos nos convenció. Preparamos sus juguetes, su manta, su comida, sus platos y allí se quedó, en brazos de una de sus cuidadoras mirando cómo salíamos por la puerta… Pero teníamos que ser fuertes y no mirar hacia atrás (¡vaya drama!).
No habían pasado ni 24 horas desde que la dejamos que ya recibí un correo informando de que Carlota había dormido muy bien, de que se había comido todo y ¡de que había estado toda la mañana jugando!
Aunque no sólo eso. Nos comentaron que era muy cariñosa y que ya se había metido en el bolsillo a todos los cuidadores, que iba uno por uno buscando su atención… ¡No sabe nada!
Puede parecer absurdo pero sólo la gente que tiene perros entenderá nuestra preocupación. Con ese primer correo electrónico me quedé muy tranquila. Dos días después, nos enviaron otro diciendo que Carlota estaba fenomenal y que tenía un pequeño grupo de amigos en el hotel del que no se separaba.
Esta foto es durante su paseo matinal. Como os comentaba, el hotel está rodeado de naturaleza y todos los días salían a dar una vuelta y a correr todos juntos.
No me digáis que no están preciosos todos los westy… ¡Y qué casualidad!
A partir de este segundo e-mail nos relajamos; no había ninguna duda de que estaba en buenas manos. No recibimos el siguiente hasta pasados unos días cuando nos contaban que habían hecho una fiesta de disfraces…
No sé cuánto tiempo duraría Carlota con ese gorro en la cabeza pero me apuesto a que no mucho. Los días pasaron y 48 horas antes de recogerla, nos volvieron a enviar algunas fotos.
No me pareció casual que nos hicieran llegar estas imágenes dos días antes de recogerla; sabían cuándo y cómo «tranquilizar» o «contentar» a los dueños y es justo decir que gracias a eso el viaje de vuelta fue mucho más tranquilo, ¡ella estaba feliz!
El día de recogerla por fin llegó y según entramos por la puerta ¡se volvió loca! Empezó a dar vueltas sobre sí misma -algo muy habitual- y a saltar hacia nosotros. Estaba preciosa y muy contenta. Nosotros más porque nos dimos cuenta de que si pasa algo y necesitamos ayuda con ella, Carlota allí estaría muy bien atendida.
Los cuidadores encantadores, sólo tenían buenas palabras para ella (aunque estoy segura de que alguna jugada les haría) y antes de despedirnos nos dieron esto.
Sesenta fotos impresas de Carlota encajadas en un plástico transparente con su nombre. Imagináis el agradecimiento con el que nos fuimos de allí ¿verdad?
Carlota ha vuelto a casa como si no hubiera estado fuera tanto tiempo aunque a veces bromeamos sobre su posible síndrome postvacacional: pasar de estar todos los días jugando con sus amigos a acompañar a su dueña mientras escribe un post sobre ella, no es lo mismo.