Jet lag. Un cadáver occidental andante

Querido jet lag:

no puedo más. Otras veces me has acompañado la primera y/o la segunda noche pero con la de hoy, son ya tres noches sin dormir más de tres horas. Durante el día soy un cadáver occidental andante que se deja llevar por la marea tokiota en el metro para llegar a la academia. No me importan los empujones ni la dirección; me has dejado sin fuerza y es imposible elegir un camino distinto al de los japoneses en hora punta con esta debilidad.

No te rías. No tiene gracia. En clase es inviable mantener la atención. Todos mis esfuerzos se centran en que mi cabeza no alcance la mesa. Tú quieres que duerma a las 10 de la mañana y eso no puede ser. Menos mal que mis profesoras son comprensivas aunque debe de ser muy frustrante poner todo tu empeño en explicar una nueva conjugación japonesa a una españolita mientras ella se mueve y mira a todas partes para no caer rendida.

He hecho todo lo que hay que hacer para evitarte: aguantar el primer día, llegues a la hora que llegues, e irte a dormir cuando toca en el nuevo destino. Mira que me costó pero lo conseguí y, a las tres horas, ya estabas ahí. La misma historia los dos días siguientes, hasta el punto de que ayer me pasé todo el día fuera de casa con otra de tus víctimas para no caer en la tentación de echar una cabezadita y dormir a mi hora. ¡Hicimos de todo! y ni aún así esta noche me has dado un respiro.

Fíjate. En este post quería contar algo curioso a los lectores de Japón y yo (menos sentimentalismos y más esencia nipona) pero, por tu culpa, no puedo. Voy arrastras… No obstante, hoy, por cuarto día consecutivo, voy a aguantar hasta las once y media de la noche con la esperanza de que, de una vez, me dejes en paz.

Sin acritud,

Maite

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