Empecé hace unos meses desconfiada. Me parecía aburrido y carente de sentido. Vale, doy una vuelta completa a este parque, aguanto los 5 kilómetros corriendo sin parar aunque se me salga el corazón por la boca ¿y? ¿ya está? Sí, ya estaba. Entonces paré. Paré un mes porque, de verdad, la media hora que pasaba corriendo era soporífera y mentalmente agotadora: tenía que pensar en algo todo el rato y precisamente lo que buscaba ‘haciéndome runner‘ era despejar la mente pero un día, de repente, decidí escuchar la radio mientras corría ¡Qué tonta! Si duermo hasta con ella encendida, ¿cómo no había caído?
A partir de ahí me aficioné a ir dos veces a la semana a hacer el circuito que rodea al Palacio Imperial; son unos 5 kilómetros y está durante todo el día repleto de aficionados. Es genial porque llegas con tu bici, dejas tus pertenencias (ropa, mochila, dinero, llaves), te vas a correr y a la vuelta, está todo ahí. Es una de las cosas que más me gusta de Japón: no hay amigos de lo ajeno. Vivir así es un gustazo.
Y aquí, como pasa ahora en España, el número de corredores no deja de aumentar y cada vez son más las carreras que se celebran. Tengo la suerte de tener una buena amiga japonesa que se entera de muchas cosas que organizan clubes y asociaciones niponas (gracias a ella subí al Monte Fuji rodeada de japoneses y fui a esquiar a Nozawa con un grupo de autóctonos). Conocedora de mi nueva afición, me animó a que me apuntara a una carrera en la playa donde podías elegir entre recorrer 5 ó 10 km. Llamarme cobarde pero para ser mi primera prueba oficial quería a asegurar, no morir en el intento y llegar a la meta de los 5 km.
La carrera fue en la playa de Enoshima, a una hora en tren desde Tokio. Participamos mil personas y el ambiente, como el día, fue maravilloso.
Y, cómo no, me encontré con algún corredor… ¿diferente podríamos decir?
Sobre la carrera… No os voy a engañar, ¡fue durísima! No tiene nada que ver correr en asfalto que correr en la playa; entenderme, soy una novata y “sudé la gota gorda” hasta finalizar el recorrido. Los últimos 500 m se me hicieron eternos pero, jaleada por los japoneses allí presentes (que nadie me pregunte qué era lo que me decían), di mis últimas zancadas y crucé la meta. ¡Lo conseguí! Segundos después, me dieron un diploma, un diez de diamantes y una ficha amarilla (que no está en la foto) cuando yo lo único que quería era ¡un litro de agua!
Pues bien, la ficha la entregabas en un stand y te daban ¡una cerveza!
Yo no me creía todo aquello. Cientos de japoneses bebiendo cerveza después de la carrera y yo sin agua y con un diez de diamantes en la mano. Os prometo que me daba la risa… pero conseguí mi botella de agua. Minutos después, cuando se celebró la entrega de premios, entendí el significado de la carta.
Premio a la ‘corredora sonriente’. Eligieron a diez participantes y vuestra querida bloguera ¡fue una de las seleccionadas! He de reconocer que crucé la meta muy sonriente, feliz de vivir esa experiencia, de mi vida aquí, de disfrutar Japón… ¡Ah! ¿Y sabéis que me dieron de premio? No os lo vais a creer: ¡otra cerveza!