Mi primera indignación con una japonesa

Me vais a perdonar pero ¡estoy que muerdo! Mi plan para hoy era levantarme pronto, acabar una cosita para una revista, sacar a pasear a Carlota, ir a clase de japonés, salir corriendo para llegar a yoga, volver a casa, comer y escribir mi post semanal sobre las Fukubukuru, unas bolsas sorpresa que tienen algunos establecimientos en Japón los primeros días del año: pagas sin saber lo que hay dentro y, en muchas ocasiones, el valor de lo que te encuentras supera la cantidad abonada…  Pero, ¡que no! Ni bolsas con regalos ni nada.

El plan lo he cumplido según lo establecido y apurada, he llegado a yoga. Para entenderme, debéis saber que estaba esperando un mail importante así que cuando he finalizado la clase, he ido a mi taquilla a recoger mis cosas y en cuclillas, ya que mi taquilla estaba en la parte de abajo, he mirado el correo. Y sí, ahí estaba lo que estaba esperando, un mail que requería mi contestación lo antes posible por lo que me he puesto a ello. Tenía que escribir ¿unas seis líneas? ¿Y dar a enviar? Cuánto puede durar eso, ¿cinco minutos? Pues bien. Cuando estaba revisando lo escrito, totalmente absorta, una señora japonesa, de unos 50 años, me ha tocado en la espalda y sin darme tiempo a decirle ni hola, me ha dicho en inglés que eso que estaba haciendo estaba prohibido.

«Disculpe» – le he dicho – «En la zona de vestuario no puedes utilizar el móvil » – me ha contestado muy seria – «Ah, no lo sabía, pero vamos, que han sido dos minutos. No pasa nada, además ya me voy» – le he contestado mientras cogía mi mochila y metía el móvil dentro. «¿No se da cuenta de que el resto de mujeres le están mirando mal?» – me ha susurrado en un tono muy poco amigable. Entonces, me he incorporado, porque seguía en cluclillas, y al levantar la vista me he encontrado con tres japonesas clavándome la mirada como si estuviera cometiendo un delito. «No puedes hacer cosas prohibidas» – ha insistido la señora que seguía a mi lado. En ese momento, de manera impulsiva y buscando con la mirada a las tres japonesas que me estaban crucificando visualmente  he dicho en alto «¡Gomennasai que quiere decir algo así como que lo sientes pero si tenemos en cuenta el tono de malhumorada con el que me ha salido, no es tan «lo siento». He cerrado mi taquilla y me he ido.

Pero no, la fiesta no ha acabado ahí porque según he empezado a bajar las escaleras ha aparecido de nuevo la señora que se me había acercado antes y ha vuelto a tocarme la espalda (insisto porque aquí no es habitual el contacto físico) para decirme que le acompañara un momento, sin un por favor ni nada. Sin rechistar, la he seguido y me ha llevado a un corcho en el que hay un cartel donde pone que no se pueden utilizar teléfonos móviles en las instalaciones. Le he replicado que llevaba poco tiempo en ese gimnasio, que me había quedado claro, que gracias y que me tenía que ir. Pero la señora tenía ganas de «tocarme las narices». «El problema es que no hablas japonés y por eso es difícil indicarte las cosas cuando las haces mal. Antes que yo nadie te ha dicho nada porque eres extranjera y esas mujeres del vestuario no hablaban inglés», ha añadido. ¿Cómo transmitir el mal humor que me ha provocado esta señora? Yo he querido mantener el respeto en todo momento pero me han entrado muchas ganas de «mandarle a paseo». Sus formas han sido muy altivas, reiterando una y otra vez que yo era extranjera, que cómo se me ocurría estar con el móvil en el vestuario y que claro, sin hablar japonés, que porqué me habían dejado apuntarme al gimnasio… Y en ese momento ha salido por mi boca el mejor japonés que he hablado en la vida. Muy firme física y verbalmente, le he aclarado que sí hablo japonés, que no entendía el tiempo que le estaba dedicando a esto, que les diga a las otras señoras que sí entiendo y hablo su lengua materna y que la próxima vez en vez de molestarme, vaya directamente a protestar a los responsables del gimnasio. Y me he ido, nerviosa por dentro, tranquila por fuera.

Os estoy escribiendo «en caliente»y, ¿sabéis qué? Nunca me había enfadado tanto en este país con los japoneses. Lo sé. Ha sido una cosa puntual y no sería justo generalizar. Soy consciente de que son muy estrictos con las normas, que algunos son racistas y piensan que todos los extranjeros que estamos aquí sólo traemos cosas negativas a su país… Pero hasta ahora, jamás un japonés me había tratado así, abroncándome como si hubiera cometido un delito, ridiculizándome delante de todo el mundo y, por si no fuera poco, persiguiéndome una vez fuera. Por supuesto que no defiendo mis actos, las normas son las normas y para eso creo me he amoldado pero, ¡por el amor de dios!, me puedes llamar la atención pero de otra manera, que estaba contestando a un correo señores, ¡a un correo! ¡Y en cuclillas! ¡Y no llevaba ni dos minutos! 

El tema del móvil se lleva a rajatabla en Japón. En el metro no puedes hablar ni contestar llamadas y muy pocas veces suena, la gente los silencia. Hay que decir que se agradece pero el día que ocurre, tampoco pasa nada ¿no? Yo me lo tomo así pero he visto como a alguien le ha empezado a sonar el móvil y, apurado, lo ha buscado para silenciarlo mientras algunos le miraban como si estuviera haciendo algo que amenazara la continuidad del ser humano. Relativicemos por favor.

Y esto ha sido todo. Seguro que lo leo en una semana y no me parece para tanto pero me gusta también plasmar mis aventuras sin masticar, según me acaban de pasar, para que no se pierda ni un ápice de lo que he vivido.

Queridos lectores, ¡gracias por llegar hasta esta última línea y aguantar mi indignación!

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