No he conocido sociedad más apasionada por los cambios de estación que la japonesa. ¿Que llega la primavera? Todos a contemplar las flores.¿Que llega el otoño? Todos a contemplar el color de los árboles. Vaya por delante que mi intención no es restar importancia a la belleza de muchos rincones en determinadas estaciones del año pero aquí se vive de una manera muy intensa, como si fuera un evento al que todos deben acudir. Estos días sólo se habla de eso (bueno, y del adelanto electoral) y los fines de semana son una peregrinación a los lugares más famosos. Celebran incluso “festivales” con decenas de puestos de comida típica: es el plan perfecto, comes y disfrutas del paisaje.
La que os escribe formó parte, el pasado fin de semana, de la marabunta que quería tomar fotos como la que acabáis de contemplar pero, entre tanta gente, encontré a los que optaron por dejar la cámara de fotos en casa y plasmar con un pincel el paisaje. Su paisaje.
Aquí los tenéis… Bueno, darme tres minutos, que voy a cruzar para que los veáis desde más cerca.
Ya estoy… Aquí los tenéis. Seis personas equipadas con sus acuarelas, sus pinceles y su lienzo dispuestos a calcar la realidad. Entre ellos no se conocían pero intercambiaron algunas impresiones y creo que en algún momento se agobiaron porque estábamos todos los aficionados a la fotografía metiendo el hocico.
Por el camino me encontré alguno más pero pintando en solitario, con otra perspectiva… y una escoba a su lado.
Como el resto de los japoneses, volví a casa embelesada por los colores, las hojas en el suelo y las castañas. Tenía además una sensación muy especial, todo me resultaba familiar, no era novedoso para mi. ¿Os imagináis por qué?
Al primero que lo acierte, le regalo este cielo