No me lo puedo creer. Esto es demasiado. No quiero recurrir a las típicas frases que apuntan lo rápido que pasa el tiempo porque, además de corrientes, creo que se quedan cortas. Pero, vamos a ver, ¿cómo que llevo aquí tres años? ¿Aquí? ¿Seguro? ¿Más de 36 meses? ¿Viviendo en Tokio? Disculpadme un segundo, necesito volver atrás. Voy a releer mi primer post.
Ok. Data del 29 de agosto de 2013 y cuando lo escribí, ya llevaba dos semanas en Tokio. Entonces, sí Maite, sí, ya han pasado poco más de tres años desde que aceptaste el regalo de despertar en Japón cada día, por fin, con él. ¿Dejé atrás muchas cosas?No tantas como las que he sumado, pese a la notable ausencia física de mis padres y mi hermana que se ve recompensada de manera salvaje con nuestros encuentros internacionales, nacionales, internautas… ¿Volvería a hacer lo mismo? Sin ninguna duda, vivir en Tokio ha sido la mejor experiencia de mi vida pero… ¡¿Qué he hecho todo este tiempo?! He aprendido japonés (que nadie se piense que soy bilingüe, ¡ni mucho menos!), he trabajado, y lo sigo haciendo, como periodista freelance en muchas cosas que jamás hubiera imaginado, he leído mucho, he mirado más, he paseado, he viajado sin parar, he comido cosas riquísimas, he conocido gente de todo el mundo (porque cuando conoces a alguien de Myanmar, puedes decir que conoces a gente de todo el mundo, ¿no os parece?) pero, lo más importante, he sido inmensamente feliz. ¿Cómo? No lo sé porque mi posición no era, ni es, fácil. Al final te plantas en un país que se asemeja más a otro mundo y tienes que montarte una vida desde el momento en el que aterrizas porque, como muchos sabéis, me vine a Japón por una oportunidad laboral para él. Mi él. Me dicen valiente, generosa, fuerte… No lo creo. No hubiera sido justo desperdiciar entre lágrimas o infelicidad ni un minuto de mi vida aquí. Siempre lo he pensado, ¿cuánta gente querría saborear una experiencia similar? ¿Levantarse cada día y montar, a su gusto, su agenda? ¿Conocer otro país de una manera tan intensa? Sólo por eso, no habría sido justo caer. Por eso cuando he tenido conatos de amargura, he recurrido a dicho argumento. Pero… Llega el pero queridos lectores.
En varias ocasiones he tecleado en Japón y yo esa convicción clara de que cuando llegue el momento de irme, lo sentiré con fuerza, con mucha fuerza. Y, no, todavía no ha llegado. Sin embargo – os lo comenté al volver de España – ya intuyo que empieza el partido de vuelta. He superado el ecuador de mi vida nipona y aunque sigo recibiendo estímulos diarios paseando por cualquier calle de Tokio, empiezo a sentirme acostumbrada a todo lo que, hasta hace unos meses, me sorprendía notablemente. Está claro que ya tengo la capital nipona en la palma de mi mano, que entiendo un poquito a sus inquilinos (¡que ya es mucho!) y que quizá el hecho de sentirme cómoda le reste adrenalina a mi día a día.
Son etapas y esta primera ha durado tres años. Con vuestro permiso, he dado por finalizado el partido de ida y el resumen son los 161 post que os he escrito. Ahora, que suene el pitido inicial de la segunda parte, ¡y a ver qué pasa!
Un placer escribir para tí.
Gracias.