No sé dónde viviré en unos años ni qué me permitirá disfrutar la vida. Por si las moscas, 2016 está siendo muy especial porque estoy saboreando cada mes, cada fin de semana, cada día entre semana, todo lo que se me pone por delante. Y hace aproximadamente dos semanas pensé, ¿por qué no escaparme a Seúl de viernes a domingo? Está a poco más de dos horas en avión desde Tokio y quién sabe si volveré a tener una oportunidad tan próxima.
Reconozco que no me preparé en profundidad la escapada coreana. De Corea del sur sabía que tienen una mujer al frente del Gobierno, que su cosmética es la mejor del mundo, que son típicos los restaurantes de barbacoa, que el bibimpa es uno de sus platos más populares – que como mucho en Tokio, por cierto – y, obviamente, la situación con sus vecinos del norte, ¡pero nadie me había avisado de la ciudad tan increíble, moderna y agradable que me iba a encontrar!
Cuentan con un arroyo en el centro que lo han convertido en un espacio socio-cultural alucinante, un derroche de modernidad en cada esquina de la ciudad que me dejó sin palabras y que han fusionado, de manera ejemplar, con la tradición y la historia que arrastran. Hay espacio para pasado y futuro y no hay prioridad para ninguno.
A primera hora asistí al cambio de guardia en el Palacio Gyeongbokgung, uno de los cinco que puedes encontrar el la capital y que suma más de 600 años. No es muy largo y merece la pena.
La zona universitaria es maravillosa: mucha gente joven en la calle bailando, tomando algo, intercambiando apu