Llega el momento de volver a casa por Navidad y, a menos de un día para volar, aquí me tenéis, sentada frente a vosotros, pensativa y borracha de sensaciones. Miro el billete de avión y compruebo que salgo del Aeropuerto de Narita (en la capital hay dos aeropuertos, el otro es el de Haneda)… ¡Aeropuerto de Narita! Tokio, yo, avión y Narita. La verdad, si os soy sincera, me cuesta ver, aceptar esta realidad.
Ya son 4 meses en Japón y todavía no soy consciente. Esto va muy rápido. Yo no sé quién ha pisado el acelerador de mi vida pero no me da tiempo a poner los pies en el suelo. Se me hizo eterno el tiempo que pasó desde que tomé la decisión de venir hasta que di mis primeras vueltas como residente tokiota; todo lo contrario ha ocurrido aquí. Leo los post de Japón y yo y me encuentro un piso nuevo, ciervos, un primer terremoto, un gato, una chica que nos cuenta cómo va su aprendizaje del japonés y no lo siento como mi vida, esa chica no soy yo. Parece la historia de otra persona.
He vivido este tiempo flotando. La ilusión, las ganas de conocer, de mirar, de sentir, de compartir, me han llevado en volandas, no me han dejado parar ni un minuto para reconocer que mi vida está aquí. Pero vale, mientras os escribo (y pienso y repienso) lo acepto. Sí, está bien. Maite García Almazán ya no vive en Madrid y no se va los fines de semana a Soria. Maite García Almazán vive en Tokio. Vamos, que yo vivo en Tokio. Yo. Yo. Yo. ¿Y vosotros? Pensaréis que estoy chalada… Pero quiero, necesito y me apetece explicaros cómo me siento; cómo se siente una persona que pasa de una vida normal y estable a una vida desconocida, imposible de predecir, marcada por los horarios de la academia y nada más. Sí, nada más porque, después de clase, cada día hago una cosa distinta; algunos días trabajar, otros papeleos, otros reuniones vía skype, otros hablo castellano con un australiano que quiere aprender nuestro idioma pero, la mayoría, son planes que surgen para devorar esta ciudad con personas que han aparecido y que me acompañan en esta bendita locura.
Ay… ¡estoy nerviosa! ¡Vamos, vamos! De Tokio a Moscu, de Moscu a Madrid y de Madrid a Soria; 25 horas para imaginar cómo será la llegada, quién estará esperándome, para llorar de emoción y enloquecer.
No.
Veo.
El.
Momento.